SOBRE LA "RESPONSABILIDAD AFECTIVA" Y EL PATRIARCADO.
- Suchein Gom

- 17 mar 2020
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 1 dic 2022

El concepto de “responsabilidad afectiva” no es un término académico aunque resulte ostentoso y nos remita a copiosas significaciones. Se origina en la década de los 80´ en USA luego del hipismo, movimiento que cuestionó la monogamia como modelo único, hegemónico y normativo de relación vincular. El poliamor comenzó a ser una modalidad alternativa de lazo al otro. Un vínculo siempre se sostiene en algún tipo de acuerdo, aunque sea implícito: era momento de repensar los pactos a la luz de la nueva dinámica. Toda crisis de paradigma, todo movimiento instituyente realmente genuino requiere una revisión ética. Con esto quiero decir que la finalidad de retomar la controvertida “responsabilidad afectiva” no es hacer un estandarte de “moralidad” ni un panegírico de dicho concepto sino, enriquecer nuestros procesos reflexivos con una herramienta deconstructiva que nos permita sostener relaciones más libres, pero menos crueles.
Desde el psicoanálisis (vale aclarar: mi marco teórico) o mejor dicho “algunxs psicoanalistas” han criticado el concepto de “responsabilidad afectiva” argumentando, entre otras cosas, que muchas veces en ciertas conductas de evasión o destrato hacia alguno de los partenaires median determinaciones inconscientes (es decir: no son intencionales). Paradójicamente, desde la clínica, una de nuestras apuestas es que el paciente se haga “responsable subjetivamente” de las consecuencias de sus actos, dichos o “modos de gozar” .
Freud plantea en su magnánimo texto “El malestar en la cultura” que una de las mayores fuentes de sufrimiento son los vínculos humanos. Entonces: ¿Por qué no seriamos responsables en algún punto también del otrx? . Abordar solamente la vertiente individual de la responsabilidad (las consecuencias que tienen para uno mismo nuestros actos) es abonar el discurso neoliberal de aislamiento, exclusión y egoísmo. Somos responsables de nuestras acciones (o la omisión de las mismas) y eso también impacta en nuestros semejantes. La responsabilidad tiene dos vertientes ineludibles que merecen reflexión.
Otra de las críticas es la relatividad del término: ¿Cuándo uno adquiere una responsabilidad sobre el otrx?, ¿Tercera, cuarta salida o recién cuando se formaliza el lazo con la “determinante sanción” del “somos novios"?. La verdad es que no hay una respuesta univoca, el momento de “responsabilizarse” no puede medirse en términos cronológicos y muchísimo menos en la enunciación absolutamente pueril de apelar al reconocimiento de un noviazgo ya que en las lógicas de los tiempos que corren se evitan las etiquetas.
Sumo como contraargumento en cuanto a la relatividad de la “responsabilidad afectiva” el siguiente cuestionamiento: ¿Qué término que remita a cuestiones éticas no tiene límites difusos? , ¿Que conceptos en general no está condicionado por el contexto histórico y social? .
Me atrevo a esbozar una respuesta, no acabada y sujeta a revisión: no estamos obligados a responder siempre a las demandas afectivas del otrx, no se elige a quien querer, pero, mientras algo de lo que hicimos (o dejamos de hacer) haya provocado angustia en el otro no podemos desoírlo. La apuesta es sostener un intercambio honesto y dignificante para ambos partenaires. La apuesta es no ser ajenos ante el dolor del otrx, si bien no siempre podemos mermarlo, al menos alojarlo.
Si la “responsabilidad afectiva” genera controversia es porque nos incomoda, nos inquieta y cuestiona lugares de privilegio instalados.
Creo que la “irresponsabilidad” afectiva en muchos varones excede una mera lectura individual y hunde sus raíces en el patriarcado, en esas formas de socialización diferenciales que desde que venimos al mundo nos indican de cómo ser hombre o cómo ser mujer. Es innegable que aunque estemos en proceso de deconstrucción (sobre todo las feminidades o identidades feminizadas) hay diferentes posiciones en torno al amor y la sexualidad preponderantes en el binarismo hombre/mujer.
Los varones tiene el mandato de “conquistar” mujeres con gestos de galantería que muchas veces son solo semblantes y no condicen con intensiones emocionales fidedignas (“Chamuyarlas”, “hacerles el cuento”). Por otro lado, compartir sentimientos y vulnerabilidades sigue siendo para ellos un tabú (en mi generación, los de treinta y pico, era moneda corriente decirle a un nene que llora: “Sos un maricón”). Quien no se expone afectivamente indefectiblemente queda en una posición de poder frente a quien si lo hace. La masculinidad no ha encontrado formas alternativas de definirse más que de manera relacional: oprimir a un otrx. ¿Por qué el poder no se jugaría también en la esfera sexual-afectiva?.
Las mujeres, o las identidades feminizadas, estamos mucho más familiarizadas con la exposición de nuestras sensibilidades, con la apuesta a la palabra, con dejarnos conmover por pequeños gestos de amor o displicencia. Si bien por un lado estas posiciones son esperables, por otro siguen siendo estigmatizadas. “Loca”, “intensa”, “demandante” son adjetivos frecuentemente utilizadas cuando una mujer tomada por la angustia o el enojo ( que es uno de los ropajes de la tristeza) pide algún tipo de respuesta frente a quien generó ciertas expectativas y luego se desentendió. Vuelvo a señalar que muchas veces estas “ilusiones” no son generadas con malevolencia o escarnio. El acento está puesto en quien pide respuestas y no en quien evita responder. Este artilugio invisibiliza los mecanismos de destrato, más sutiles, pero sumamente efectivos que convocaron a esa feminidad al lugar del pedido “más estruendoso”, o patriarcalmente hablando de la “inestable emocional”. El patriarcado patologiza la expresión de los sentimientos, los pedidos de respuesta o de responsabilidad frente a nuestro malestar que son absolutamente legítimos. Nos quieren calladas, aplanadas.
Es importante tener en cuenta que el duelo por cualquier distanciamiento no recae en esa persona que encarnaba el lazo, sino en Ideal. Bajar del pedestal de la idealización, es decir, menguar esos rasgos “positivos” que en algún momento magnificamos o proyectamos en quien en algún momento creímos que podía/quería contenernos es doloroso. Romper con el autoengaño es doloroso. Pero es necesario para poder construir relaciones más sanas y que nos sean un poco más compatibles afectivamente. Siempre sabiendo que el amor es una apuesta y no hay certezas.
Por último, quisiera destacar la sobrevaloración “del amor propio”, término que insiste en ciertos discursos que hoy están en auge y que promueven como objetivo explícito el “empoderamiento”. Otra maniobra funcional, como siempre, a las lógicas capitalista que refuerzan el el aislamiento y la no- relación. El narcisismo extremo obstruye la capacidad de amar. Amar significa resignar algo en pos del otro (sin que eso obture nuestra individualidad). La posibilidad de “empoderarse” no es sin y por el amor (en sentido amplio).
No utilicemos esta lectura como mecanismo acusatorio sino como un instrumento más para poder vivenciar estas modalidades contemporánea deseantes de un modo menos cruel, mas empático. Sin acuerdos, sin respeto, sin tolerancia, sin cuidados, sin diálogos honestos no hay relación posible.



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