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(III) Una vincha lila

Actualizado: 28 mar 2022




Alejandro se volvió una obsesión en la vida de Azul. Una obsesión enigmática, opaca, ininteligible, inefable, pero: ¿Qué historia de amor legítima no reviste en mayor o menor medida los caracteres antes mencionados? .Azul no concebía la idea de la limpidez y pureza en el amor. Detestaba la linealidad afectiva sin ningún tipo de periplos. Ese tipo de lazos despojados toda turbulencia que se veían en las películas se le tornaba naif y no ejercían la fuerza de tracción necesaria para despertar el demonio de la pasión y del erotismo. Las llamas arden en el infierno y Azul, con su espíritu temerario, estaba dispuesta a llegar hasta el último subsuelo para ofrendarle a su amante ese trozo de oscuridad, su tesoro más preciado y más íntimamente escondido con recelo.

¿Podemos enamorarnos de un muerto? En los últimos años y de manera lenta, progresiva, pero constante Azul se había ido exiliando de mundo de los vivos y como corolario de este ostracismo voluntario había aumentado la fuerza de seducción que ejercía el de los muertos. Aislamiento de sus vínculos sociales, paseos reiterados al cementerio en busca de paz y silencio, inquietudes esotéricos y lecturas filosóficas en torno al inexorable y último destino por todos compartidos se habían convertido en sus pasatiempos favoritos. Pero, Alejandro ¿estaba muerto?, no, él estaba desaparecido, situación que hacía sentir a Azul extraviada en la direccionalidad de la búsqueda de su amado. El desaparecido: figura del muerto-vivo o del vivo-muerto que no cesa de presentificarse en su ausencia, pregunta que no deja de desplegarse en su falta de respuesta. Lo siniestro es aquello familiar que se vuelve desconocido, lo ominoso es el presente ininterrumpido de esa historia que nunca logra constituirse como pasado, es la multidireccionalidad temporal y espacial envolvente de la figura del desaparecido que está en todas partes pero en ningún lugar. Omnipresencia sin cuerpo, recursividad sin tiempo, un reloj detenido puesto en el museo, imposibilidad de cierre y por ende de nuevo comienzo. ¿Por donde empezaría a buscar Azul?.

Recordaba que de niña se había enamorado perdidamente de una de las Tortugas Ninja, de Donatello. Podríamos preguntarnos, desde una mirada adultocéntrica porque de Donatello y no de Miguel Ángel, ni de Leonardo, ni de Rafael sin "son iguales". Azul tenía la repuesta: la vincha era color lila. El amor toma su fuerza de detalles en apariencia insignificantes para erigirse como tal. El amor infantil es la expresión purificada de construcción amatoria. Azul seguía amando con la espontaneidad de una niña. Los adultos se enamoran del mismo modo que chicos, sólo que el paso del tiempo recubre de investiduras culturales esos estados más originarios y buscan una argumentación lógica (pero ficticia) que explique la elección del ser amado: su inteligencia, su amabilidad, su espíritu jocoso, etc. son todas construcciones intelectuales posteriores que se añaden y recubren el rasgo causante del amor. Ningún adulto en sus cabales tomaría como válida la elucidación de que un color de un accesorio sería el causante de un sentimiento tan complejo. ¿Cuál fue el detalle que encandiló a Azul? Los dientes de Alejandro. Los imagino teñidos de violeta por el vino .



* Es el capítulo III del cuento/novela de terror que nunca terminé. Está absolutamente descontextualizado de su totalidad, pero creo en el encanto de los fragmentos que en este caso inspiro mi dibujo de Azul. Nos podemos enamorar de alguien que murió ante de que hayamos nacido o mejor dicho de un desaparecido?.

 
 
 

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