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El Golem (I)

Actualizado: 11 abr 2023


La boca y los dientes teñidos de morado por el vino tinto conformaban el lienzo vivo de un cuadro expresionista donde se conjugaban diferentes texturas e intensidades alcanzando el apogeo de la pigmentación cromática en la zona de los labios que el frio inclemente le había paspado. Se sumaban las extremidades entumecidas, la vista nublada y la dificultad para centrar la pupila producto de ese antiguo estrabismo que el oculista infantil con cierta soberbia se arrogó haber corregido tras la indicación del uso continuo de cristales hasta los primeros años de pubertad. Ante los excesos, aquel ojo desviado reaparecía victorioso e insolente haciendo gala su indestructibilidad, burlándose de la futilidad de la constancia. De manera simultánea, en la esfera psíquica, una yuxtaposición irrefrenable de ideas e imágenes fragmentadas se presentaban de manera automática en la mente de Azul y en el mismo intento de definirlas se difuminaban y eran reemplazadas por otras igualmente fugaces. Se entremezclaban los retazos pictóricos-auditivos como en una gran orgía donde se pierden los límites del propio cuerpo y el ajeno. El paisaje de su habitación estaba conformado por varias colillas de cigarrillos apagados, cenizas desperdigadas en la mesa de luz, botellas de vino vacías, copas sucias, el envoltorio de un preservativo y la ropa hecha girones entreverada con las sabanas. Las sienes palpitantes, zumbido en los oídos y una puntada rítmica en la cabeza. Azul ya conocía ese estado de memoria: se había levantado de resaca.

Macilenta y trémula permaneció varios minutos en la cama, intentando convocar algún tipo de deidad que misericordiosa le inocule la fuerza de voluntad mínima, pero, necesaria para acercarse a la heladera y buscar una botella de agua con la esperanza de acallar la incandescencia que desde el estomagó subía a la garganta . Sin embargo, la cama seguía ejerciendo un efecto magnético inconmensurable análogo a las parálisis de sueño que poseían el cuerpo de Azul aquellas noches en las que se acostaba a dormir con el Incubo de la angustia. La sensación de vacuidad al despertar era directamente proporcional a las copas llenas de alcohol que había consumido con el chongo de turno.

Una vez más, había intentado salir del confinamiento afectivo, luego de algunos meses de abstinencia. Cada cuatro meses, de manera regular e inconsciente (porque no hay nada que revista una mayor grado de precisión a la hora de repetirse que aquellas tendencias que no son plausibles de voluntad) Azul intentaba abrir su corazón (y como correlato sus piernas) a alguno de sus candidatos. Siempre tuvo “vocación de objeto”, lo que ella solía romantizar para atenuar el efecto ultrajante de dicho aforismo diciendo que tenía “alma de geisha”. “Una geisha andrajosa”, así´ es como se sentía, no tenía recuerdos de la noche que paso con su nueva cita. La asombrada (nuevamente) su gran capacidad disociativa. Tuvieron sexo, o mejor dicho “la tuvieron”, no a ella, sino a una tercera persona. Era como si ella misma miraba la escena desde algún ángulo de la habitación pero sin participar. La despersonalización: era el recurso al que echaba mano para poder transitar esos encuentros sexuales en los que se precipitaba menos por deseo que por inercia.

Azul tenía buena voluntad, deseaba realmente poder sostener un encuentro genuino, pero, con el correr del tiempo, veía cada vez más lejana la posibilidad de compatibilizar con alguien efectiva e intelectualmente con el correlato de una sexualidad satisfactoria que estimaba traería aparejado.

En los últimos años, había intentado sostener algunos vínculos, pero a los pocos meses se desbarataban. Caían cuando Azul no podía sostener más el autoengaño y tras la incisiva insistencia de los hechos terminaba reconociendo que la idealización había caído, que eran más sus deseos de querer que la cualidades reales que portaba su partener. En esos momentos aceptaba que la relación que terminaba había sido un vínculo falaz con un personaje ficticio que ella misma había creado. Su imaginación, sus anhelos, eran el barro, la materia prima con que ella construía su propio Golem y que con el paso de las tormentas reiteradas se convertía nuevamente en un lodazal. El carácter distintivo de los hechizos es que son fugaces.

Pero esa mañana, por suerte el nuevo fangal candidato a Golem no se había quedado a dormir en su casa. No recordaba en que momento le había bajado a abrir, ni como se despidieron. Nuevamente Azul se acomodaba introspectiva en el remanso de su soledad. Esa mañana tampoco estaba invadida por esa ráfaga de ingenuo optimismo que muchas veces le permitió sostener la ficción de que un nuevo encuentro con el susodicho corregiría la desconexión inicial. No quería volver a verlo, cuando tenga la capacidad de hilar algún pensamiento vería que argumento utilizaría para poner fin a los intercambios.

Intentaba con todas sus fuerzas preservar en su memoria como un tesoro preciado el recuerdo de la última vez que se había enamorado. El paso del tiempo, sin embargo, no es inocuo y ciertos signos del amor iban siendo erosionados poco a poco, como una roca en la orilla del mar expuesta al oleaje. Ya casi no podía definir que era el amor, no obstante seguía teniendo un valioso as bajo la manga: sabía lo que no era. Lo que había vivido en los últimos años con aquella sucesión de Golems interrumpidos por periodos de ostracismo afectivo no era amor. Sin embargo, no estaban exentos de esa cuota de sufrimiento y extenuación propia de toda situación en las que los anhelos se confrontan con la realidad más objetiva y subsumen al obstinado en la faena de forzar un encastre.

El curriculum sexo-afectivo de Azul era abultado, a pesar de sus largos momentos de retracción afectiva había sostenido encuentros con una serie polifacética de chongos que tenían como denominador común el narcisismo patológico y la aridez emocional propia de los inseguros. Azul por el contario tenía un copioso mundo emocional y estaba ávida por compartirlo, lo que siempre terminaba dejándola en una posición de vulnerabilidad frente a los Golems que ella misma había creado. Cría cuervos y te sacaran los ojos.

Tras esta nueva frustración Azul ponía fin a este nuevo periodo de intentos infructíferos. Por un tiempo dejaría los excesos de alcohol, dejaría de forzarse a querer y se abandonaría a sus tareas intelectuales durante el día y al consumo de somníferos por la noche, por lo menos hasta volver a encontrar ese frágil pseudo-equilibrio al que están expuestas las almas sensibles.


 
 
 

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